Caminaba, como todo el mundo, seguía la ruta hollada por innumerables pasos antes que yo, bien marcada, con un perímetro claro, ornamentado incluso. Comencé guiado por la mano de mi progenitor, y luego continué llevado por la inercia. El camino estaba rodeado de un alto y espeso bosque, repleto de árboles imposibles, setos cuadrangulares llenos de hojas cortantes, animales extraños, insectos diferentes, todo amenazador y peligroso.
Eramos muchos, cientos, miles, quizás millones, todos por el mismo camino, ancho, ajardinado, domesticado, había setos que cortaban, y la gente se acercaba, después de cortarse reían satisfechos de su valor y osadía, lo intente varias veces, los cortes eran regulares, asépticas incisiones por las que manaba sangre, nada por lo que reír.
No se cuando ni por que, me empujaron, era divertido decían gritando, caí, traspasando el borde, aterricé sobre un insecto aplastándolo, un extraño jugo manaba de él, el dulzón olor se me antojaba delicioso, antes de pensar lo que hacía ya lo había sorbido todo, un extraño calor inundo mi cuerpo, los colores cambiaron, los puntos cobraron formas, y todo tenía música, mi corazón palpitaba desbocado, comencé a correr entre la cortante maleza, los surcos, profundos y desgarradores arrancaban de mi cuerpo trozos enteros de carne, era agradable, como si fueran partes que me sobraran, la sangre adornaba esas metálicas hojas, cuanta belleza, toda distorsionada, tanto tiempo atrás...
Salté, brinqué, encontré animales y los maté, devorando sus cuerpos, mi interior ya ardía, mi corazón ya no palpitaba, era una tea, que amenazaba con quemarme, escalé uno de aquellos imposibles árboles y una vez arriba, abriendo mi pecho, lancé su ígneo contenido sobre él, pronto comenzó a arder, el fuego se contagiaba de árbol en árbol, el bosque ardía con llamas multicolor, un magnífico espectáculo.
Desde mi elevada posición miré al camino, la gente quemaba pequeñas matas, produciendo trémulas y ridículas llamas, algunos se herían el pecho, otros aplastaban ridículos insectos de cartón, y los que más, luchaban contra vacías pieles de animales, imitaban lo que sucedía en el bosque. El fuego se avivó, me lancé, caí sobre dos ilusos, sus huesos se quebraron ante la sacudida, reían de dolor, vertí un poco mas de mi pecho y quedaron calcinados, comencé a perseguirlos, y uno tras otro, entre terribles risas perecieron. Me rodearon, se abalanzaron sobre mí, mordían, querían devorar las llamas, y mientras comían sus corazones se detuvieron, me dejaron y comenzaron a perseguir a otros, desgarrarlos para luego quemarlos, todo entre hilarantes sonidos.
El camino no ardía, y todos los que nos seguían apagaban las llamas con sus pies... volví a arder... con un rugido me alcé, mire al cielo y vi una negra estrella en el firmamento, sin brillo, gélida... la llamé, le grité, la reté... la furibunda estrella volvió uno de sus oscuros rayos hacia mí, tal fue su fuerza que todo se tambaleo, la realidad tembló y yo caí en un oscuro pozo de inconsciencia...
Desperté solo, sobre el gris e insípido polvo del camino, mis latidos ensordecedores me incorporaron, mire alrededor, miles, quizás millones de personas corrían como locas por el bosque, gritando, rugiendo, desgarrándose, vertiendo su contenido sobre relucientes hojas, mientras, yo, tristemente reía... comencé a coger piedras y a lanzárselas, primero con pésimos resultados, después, poco a poco, dando certeramente en el blanco, conforme recibían el impacto, caían, apagándose sus llamas, y al levantarse, todos volvían al camino, cogían piedras y las lanzaban, así hasta que nadie quedó fuera. Solté mi último guijarro y con un ágil movimiento penetré en la foresta, mi quieto corazón volvía a arder...
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