lunes, junio 08, 2009

El Bajel

Hubo una vez un hermoso bajel que surcaba los mares, no temía a tempestad alguna, pues dicen que lo primero que navegó fue un enorme tifón. Era la envidia de los siete mares, pues todos los había surcado. Su cuerpo era de la madera más noble y antigua jamás cortada, sus brazos de la lisa lona más resistente hilada. Muchos capitanes habían navegado sobre su cubierta, y todos ellos habían quedado prendados con él. Un día mientras su último capitán gobernaba el timón, fue cañoneado sin clemencia hasta que la mar salada manó por todos sus orificios hundiéndolo...

Andaba perdida por el mundo, su padre fue un pez y su madre la espuma del mar, no encajaba en sitio alguno, fuera donde fuera se sentía sola y temida, mas su camino fue a cruzarse con el de nuestro flamante bajel, nada mas sentirlo quedó hechizada completamente por su hermosura y carácter. Solía acompañarlo en días soleados para reflejar con enorme nitidez su figura, e incluso a veces durante la calma chicha solía empujarlo hacia zonas mas favorables. Así fue como logró rescatarlo el aciago y horrible día que decenas de proyectiles laceraron su noble cuerpo. Cuando el último rugido de fuego abrió la última brecha en el pecho desnudo del barco, ella empujo sus restos con todas las fuerzas de las que disponía, no evitó que se hundiera, pero si logro que tras muchos esfuerzos sus restos acabaran varados en una pequeña ensenada.

Un día que la luna viajaba cerca de esas costas divisó a la extraña pareja, ella siempre acunaba su cuerpo sin vida durante la subida de la marea, y por mucho que lo intentara no podía evitar que el tiempo desgajara sus restos desperdigándolos entre las aguas. Intrigada por ellos, la luna decidió volver cada veintiocho días y observarlos, vista desde lejos parecía como si por un momento se detuviera en el cielo, sobre ellos, y su luz los bañara más intensamente que a cualquier otra cosa en el mundo. Así fue como un extraño viajero encontró los hermosos restos del bajel muerto a cañonazos, el viajero perseguía a la luna y tras haberla seguido durante toda su vida se extrañó de su nuevo comportamiento. Permaneció durante un mes a la espera de la luna, pudiendo observar el curioso comportamiento del mar para con el bajel. Tras meditarlo mucho, decidió escribir unos versos sobre aquella extraña pareja, la ola y el barco tituló a su poema.