El incesante latido del sol se agotaba, sus limpias llamaradas, sucias ahora, lamían las costas de cercanos planetas, se hinchaba, se arremolinaba sobre si mismo, un cometa de paseo por el sistema admiraba la transformación, su helada estela se fundía bajo la incontenible expansión, pronto abandono las peligrosas cercanías, llevándose parte de aquel maravilloso brillo reflejado en su escarchada piel, sería la envidia, pues su helado manto refulgía con brillantes tonos dorados. Los fragmentos sueltos fueron los primeros en escuchar el canto de sirena que les atraía, irremediablemente hechizados, se vieron arrastrados a su órbita deshaciéndose en tan bella melodía. Ya secos los mares, como nubes de vapor fueron a llover sobre el creciente fuego que arrasaba todo, una gota sobre un volcán. Ya los cuerpos celestes caían en su boca, tragados y masticados con brillantes y candentes dientes. Hinchado de tanto comer y al borde de sus fuerzas decidió dormir, pero el espacio es frío y necesitó arrebujarse para no perder calor, se torno pequeño y azul, hasta que de tanto encoger algo pálido y canijo quedó. Estalló de jubilo, al comprender que ya había llegado el momento de su sueño, la noche cae, oscura y estrellada entre miles de astros…